Como todos sabemos, el tiempo es oro. Y el dinero ya no es un medio. Ahora es el fin.
Tu vida queda reducida al trabajo y al consumo.
Tu trabajo consiste en transformar tu tiempo y tu energía, en tiempo y dinero para otro.
Consumes el peso de tu tiempo de ocio en dinero, con el mismo fin, porque, no me preguntes cómo, siempre hay alguna manera de que acabes pagando absolutamente por todo.
Se aceleran los ritmos de vida y de producción, pero nunca hay tiempo de nada. O no hay dinero. O no hay energía. Está bien visto vivir cansado de trabajar como una mula. A quien se atreve a gozar un poco de la vida se le etiqueta de vago y es excluido hasta que acaba por sumarse a esta vorágine de alienación. Si no participas en el sistema, serás castigado, despojado de tus derechos, porque ahora tu deber es uno y sólo uno: producir (ética del utilitarismo y capitalismo). Y lo que es peor, no parece que haya un límite, al menos metafísicamente hablando.
A poca gente le gusta su trabajo. No todo el mundo ama estudiar. Pero somos adoctrinados para despreciar el valor de nuestro tiempo de vida, siempre con un fin último: dar poder a quienes están en el ápice de la pirámide para que puedan seguir exprimiendo todo nuestro tiempo en beneficio propio, por los siglos de los siglos.
“Todos los blancos tienen reloj, pero nunca tienen tiempo” (Chesneaux, 1996: 41).
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